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sábado, 17 de abril de 2010

Cálculos renales (1)

Mientras me iba sucediendo esta historia, me imaginé el título del post: "El día en que amanecí en el hospital". Sin embargo no me podía imaginar que no iba a ser uno, sino unos cuantos más.

Aún con la Fórmula 1 reciente en la cabeza, el martes 6 de abril me despertaron a las 6:30 AM (hora bastante intempestiva en la que suelo estar normalmente en el enésimo sueño) unos dolores horribles en un costado del cuerpo. Me imaginé que pasándome por el baño se arreglaría todo (como ha sido siempre hasta ahora). Pero no, no se arreglaba nada. Volví a mi cama, pero ya no me tumbé como siempre, sino más bien en una postura fetal agónica. Así estuve media hora, muerto de miedo sin saber qué podía ser ese dolor, agonizando en la cama, y con unos temblores que no había tenido nunca.

Teniendo en cuenta que soy el tipo más aprensivo del mundo y me espanta todo lo relacionado con clínicas, me asusté cuando me di cuenta de que me estaba planteando irme al hospital. En 5 minutos el susto y el planteamiento se convirtieron en decisión: Me tiré de la cama, me puse una camiseta y un pantalón corto de deporte, y me bajé a la portería del edificio con la intención de llegar, como fuese, a un hospital.

Le dije al conserje "Por favor, me encuentro mal, llámame a un taxi que me lleve al hospital" y me senté en uno de los sillones a seguir agonizando (no exagero). Después de un minuto o dos que me parecieron eternos, el conserje viene y me dice con cara de pasmarote "¡No responden!". "¡¡Pues sigue probando!!" mientras recordaba todas esas historias de mediocridad del trabajador medio malasio. Sé que habría estado bien que yo también llamase, pero juro que no tenía el humor para ponerme a luchar un taxi por teléfono.

Se me ocurrió entonces llamar a uno de los jefes de mi oficina con quien tengo bastante confianza. Tuve la suerte de que justo estaba llegando al trabajo, al lado de donde vivo, así que se desvió un poco y vino a recogerme.

—Llévame al hospital...
—¿A cual?
—Hmmm no sé... al mejor que haya, que nunca he estado en uno y quiero que me traten bien.
—Podemos ir al Prince Court... pero es muy caro.
—Para eso está el seguro, que ya se habrá ocupado de bastantes chorradas.

Así que allí nos plantamos: En la entrada de Urgencias (ER) del hospital. Quién me iba a haber dicho a mí que yo iba a llegar ahí por mi propia voluntad... En fin, me llevaron a uno de los boxes (¿ves? aún con la Fórmula 1 recientita en la cabeza) de urgencias.

Por el dolor que tenía, me estaba haciendo a la idea que iba a ser una apendicitis en toda regla. Mientras me preguntaban qué me pasaba, me pedían a la vez la identificación del seguro (que llevo siempre encima). "No te podemos dar calmantes hasta que sepamos lo que te pasa, así que pasamos a los análisis: orina y sangre". Pues vamos con ello. "Y te vamos a poner también un goteo por vía intravenosa" "¿¿Cómo?? ¿Es ese tubo que se deja pinchado a la vena?". En fin, tuve que tragarme mis aprensiones porque en ese momento seguía teniendo más miedo que vergüenza.

La vía en mi mano. Prefería ignorarla completamente.

Al respecto del trato puedo decir ahora que fue muy bueno, sin ningún problema, todos hablaban inglés perfectamente y lo poco que había visto del hospital (la sala de urgencias, las enfermeras, y el médico de urgencias) me parecía bastante bien.

Después de unos 30 minutos allí tumbado, la intensidad del dolor había desaparecido casi del todo. Entoces vinieron los resultados de los análisis. "Tienes piedra al riñón". Recuerdo que pensé "Oh, vaya. Mira que no suelo comer salado...". El médico añadió "Hay también una microhematuria en la orina, y tenemos que saber qué es, habrá que hacer más pruebas". En fin, aquello iba para largo así que le dí las gracias a mi jefe, y le dije que confiaba en ser capaz de seguir apañándomelas yo solito.

Empujado por un celador en mi silla de ruedas, empecé el tour de Radiología: Escáner, CTU, Radiografía... Mientras salían las pruebas de cada cacharro, me dejaban "aparcado" en la sala de espera. Levanto la cabeza a la tele y estaban poniendo... ¡oh, destino! Uno de los primeros capítulos de la primera temporada de LOST, la primera serie a la que me enganché. En aquel momento me pareció bastante paradójico...

Ese de la tele es Jack: el doctor omnipotente.

Tras las pruebas, acabé en el urólogo, que me confirmaba que tenía una piedra en el uréter, a medio camino entre el riñón derecho y la vegiga. "Doctor, doctor" (igual que Jaimito), "he leído que a veces estas piedras se pueden romper sin cirugías con unos ultrasonidos" (yo ahí jugando mis mejores cartas, que no tenía ninguna gana de que el asunto pasase a mayores). "Cuando son de calcificaciones [o algo así] se puede hacer, pero la tuya es de ácido úrico" y me enseñó el resultado del análisis de sangre, en el que tengo el dichoso ácido úrico por las nubes. "Te daré unas pastillas, y si el viernes no se ha ido la piedra, habrá que pasar al quirófano".

¡Dios mío, un quirófano! Cuanto más lejos, mejor. Así que en los próximos 3 días me aprendí la dieta de arriba abajo (muy sosa, por cierto) y convertí las pastillas en mi bien más preciado. Bueno, por no hablar de las ingentes cantidades de agua que bebí. Lo poco que pude pasar esos 3 días por la oficina, creo que estaba más en el baño que en mi puesto...

Continúa en el Capítulo 2

1 comentario :

  1. Espera, acabo de leerte bien, con detalle, y me has acojonao. Yo desde que llegue a Singapur tambien tengo dolores fuertes en el costado, que hacen que me cuesta caminar, pero como no me dan fiebre ni nada y se acaban quitando no le he dado importancia.

    Mierda, no tenia que haberte leido xDDD

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