Viene del Capítulo 2
Aunque me he hecho de rogar dándome vacaciones de muchas cosas, la historia de la piedra al riñón tenía que terminar.
Dos semanas después de la primera pasadita por el quirófano para colocarme un "stent" en el uréter, el lunes 26 de abril tocaba volver al hospital — a quitarlo (y a ver qué había sido de la piedra). Esta vez, por alguna razón estaba convencido de que la piedra ya no seguía ahí; que se habría disuelto con las pastillas que me dieron en el hospital, o bien se habría reducido lo suficiente para haber acabado largándose "por vías naturales".
Pero al llegar al hospital, esa convicción tardó en irse tanto como tardan en imprimirse los escáneres de CTU: unos 5 minutillos.
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lunes, 24 de mayo de 2010
sábado, 17 de abril de 2010
Cálculos renales (2)
Viene del Capítulo 1
Tres días después de que un doctor malayo me hiciese un ultimátum un tanto duro y me mandase a casa con 4 tipos de pastillas, una dieta "saboría" y cantidades ingentes de agua, el viernes 9 de abril volví al hospital: "Vamos a ver si hay suerte y me dan buenas noticias".
Lo cierto es que iba a ser complicado que hubiese buenas noticias porque yo seguía notando la piedrecilla ahí atrancada, un poco por debajo del riñón (porque cuando eres tan aprensivo como lo era yo, esas cosas se notan).
Unas 3 horas después de llegar al hospital y habiéndome hecho ya un escáner, el urólogo lo pincha en la pantalla esa que se ilumina y me confiesa "la piedra no se ha movido ni 1 cm, y como puedes ver, el uréter ya está algo afectado".
Mmmhh me temo que tiene razón. Lo estaba viendo con mis propios ojos.
Pero lo peor eran las consecuencias.
Cálculos renales (1)
Mientras me iba sucediendo esta historia, me imaginé el título del post: "El día en que amanecí en el hospital". Sin embargo no me podía imaginar que no iba a ser uno, sino unos cuantos más.
Aún con la Fórmula 1 reciente en la cabeza, el martes 6 de abril me despertaron a las 6:30 AM (hora bastante intempestiva en la que suelo estar normalmente en el enésimo sueño) unos dolores horribles en un costado del cuerpo. Me imaginé que pasándome por el baño se arreglaría todo (como ha sido siempre hasta ahora). Pero no, no se arreglaba nada. Volví a mi cama, pero ya no me tumbé como siempre, sino más bien en una postura fetal agónica. Así estuve media hora, muerto de miedo sin saber qué podía ser ese dolor, agonizando en la cama, y con unos temblores que no había tenido nunca.
Teniendo en cuenta que soy el tipo más aprensivo del mundo y me espanta todo lo relacionado con clínicas, me asusté cuando me di cuenta de que me estaba planteando irme al hospital. En 5 minutos el susto y el planteamiento se convirtieron en decisión: Me tiré de la cama, me puse una camiseta y un pantalón corto de deporte, y me bajé a la portería del edificio con la intención de llegar, como fuese, a un hospital.
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