viernes, 19 de noviembre de 2010

Yogyakarta + Surabaya: Templos de camino al volcán


La semana siguiente al viaje a Brunéi, con las pilas aún cargadas y con ganas de seguir dando vueltas por ahí, me fui una vez más con mi tropa de Singapur (esta vez reducida) a Indonesia, pero no a Jakarta, sino al centro y este de la isla de Java: Yogyakarta, Surabaya y alrededores.


A primerísima hora del sábado llegaba en vuelo directo de Kuala Lumpur a Yogyakarta, donde ya me esperaban los del país chiquitico. Era otro de esos aeropuertos internacionales pero "muy domésticos". Resultó que el hecho de ser extranjero y necesitar visa on arrival me salvó de hacer la cola junto con una marea de indonesios que llegaban a la vez.

Sin solución de continuidad, cogimos la primera furgoneta del fin de semana (nos faltaban en ese momento bastantes horas de furgoneta aún por delante) hacia la zona de templos de Prambanan, a unos 20 minutos de Yogyakarta, uno de los puntos de visita principales en Java central.

Al llegar, no puedes evitar tener un poco la misma sensación de grandiosidad que en algunos templos de Angkor Wat en Camboya.


Se trata de un complejo de templos principalmente hinduistas (pero también hay budistas) construidos en el siglo IX y consagrados a Trimurti, Brahma, Vishnu y Shiva. Hay un núcleo principal de 6 estructuras con cúpula apuntada (típica hinduista), y otra serie de templos más o menos alejados de este núcleo. La estructura más grande tiene de 47 metros de altura.


Aquí una vista global del conjunto:


Después de la visita, nos fuimos a comer de vuelta a Yogyakarta, "Yogya" para los amigos y residentes, y dimos una vuelta por la zona principal. Como era el día de fin del Ramadán, aún no había mucha gente por la calle. Se trata de un pueblo enorme en extensión, pero al igual que muchos sitios de Indonesia, sin ningún edificio más alto de 4 plantas. Apacible y sin nada que destacar en él especialmente.


Después de comer en un centro comercial (a falta de más confianza para sitios locales), nuestro conductor de furgoneta nos llevó a Borobudur. Y mientras llegábamos, empezó un monzón de los gordos. Así que esto nos retuvo un rato en la furgoneta esperando, cosa que al conductor no parecía hacerle mucha gracia. A la media hora, sin vislumbrar un final cercano del monzón, nos lanzamos a ello. Vicente en modo local, sin sandalias ni ná.


Un sitio realmente sobrecogedor (al menos a mi me lo pareció, más que lo anterior), aunque sea por su tamaño y su situación, en medio del bosque tropical.


Se trata de una estupa que es monumento a Buda y centro de peregrinación, construido también el siglo IX. Una base cuadrada de 120m de lado, con otras 5 plataformas cuadradas encima de ella de tamaño decreciente, luego 3 plataformas ciculares, y en la cima, una cúpula rodeada de 72 estatuas de Buda en pequeñas estupas perforadas. En total, son 504 estatuas de Buda en todo el templo.


Dicho en otras palabras, algo bastante espectacular. Pero quiero remarcar que parte de la espectacularidad es también el sitio donde está ubicado, la vista desde arriba.



Por la noche, vuelta a Yogyakarta. Ya ha salido todo el bullicio a la calle, el pueblo se ha vuelto mucho más interesante. Fin del Ramadán, todo el mundo va a ponerse las botas en la cena. La calle principal está llena de gente, los foodcourts a los lados de la calle rebosando... Pero otra vez no nos inspiran suficiente confianza (y mira que yo vivo en Malasia) y nos vamos a cenar al centro comercial.


Con el billete comprado desde mediodía, sólo nos falta esperar al tren nocturno que nos llevará al siguiente destino. Nos tiramos unas horitas en la estación a cuenta del retraso del tren. Ah, y lo que llaman "tren-cama" no es exactamente tal cosa... pero suficiente para que hasta los más insomnes pudiésemos dormir un pelín.

Y por la mañana llegamos a Probolinggo, un pueblo que, dicho por las guías, por la gente que va, y comprobado por nosotros mismos, no tiene ningún atractivo. Nada en absoluto. Sólo sirve de base para el siguiente destino.
Además, al poco de llegar, ya tuvimos jaleo con un grupo de locales porque, obviamente, "a los blancos no hace ninguna falta entendernos, solo robarnos cuanto más dinero mejor". En fin, todo quedó en un susto moderado y un mal rollo a olvidar.

Vista genérica de las vías del tren en Probolinggo

La misión en Probolinggo se trataba de conseguir alojamiento, lo más cercano posible al Monte Bromo. Ante la supuesta imposibilidad (así es como nos lo vendían en todos los sitios: FULLlleno), decidimos establecer una base temporal: la recepción de un hotel recién construido, con unos sofás majísimos. Dimos vueltas al pueblo, desierto a esas horas de la tarde, y al final fueron los del hotel los que nos pusieron en contacto con un hostal en Cemoro Lawan, y con el conductor de furgoneta que nos llevaría hasta allí. Hasta nos abrieron la cocina (que si no fuera porque el hotel era nuevo, diría que llevaban años sin usarla) y nos dieron de comer.

Por la tarde, sobre las 5, nos subimos en la furgoneta con un calor tremendo. Dos horas de curvas y cuesta arriba más tarde, nos bajamos de la furgoneta con un frío también tremendo. "¿Seguro que esto sigue siendo Indonesia?" Sí, pero a dos mil y pico metros de altura. Hemos llegado a Cemoro Lawan.


El hostal que allí nos esperaba, el Cemara Indah, era angosto, sucio, oscuro, frío, y un sinfín de cosas malas más. Pero tenía, de calle, la mejor vista posible de la caldera del Monte Bromo. Y el restaurante no estaba mal. Aunque paradójicamente, con ese frío exterior, la cerveza me la pusieron casi templada.

Caldera del Bromo, con el Batok en posición principal y el cráter del Bromo a la izquierda

Después de una breve toma de contacto al anochecer, y tan cubiertos de ropa como no hemos estado nunca en Asia, cenamos y nos fuimos a la cama porque había que levantarse... ¡ojo! a las 3:00am. Vamos, que de dormir, poquito.

Y ante todo el jaleo de gente que se había formado allá afuera a esa hora para coger un todoterreno y subir al viewpoint (punto de observación recomendado), escuchamos que nos llaman: "¡Los españoles! Aquí los 4." ¡Hemos triunfado! ... Bueno, de algo tenía que servir haber pagado ya, ¿no?

Sorteando un tráfico de todoterrenos como no se ha visto nunca, nos fuimos abriendo camino primero ladera abajo y luego ladera arriba, por un paisaje que, a falta de más luz que la de los focos de los coches, parecía lunático lunar.

Me recordaba al programa de la tele "La Noche de los Castillos"... pero por la Luna

Hubo un punto, por el camino de asfalto que hay ladera arriba, en que el conductor nos dijo que a partir de ahí, o subíamos andando, o ahí nos quedaríamos. Y efectivamente, si suben tropecientos coches y no baja ninguno... pues simplemente no se puede seguir subiendo. Así que nos armamos de energía (que no teníamos a esas horas y con ese frío), y subimos caminando unos 25 minutos, sorteando motos y coches atravesados, hasta el viewpoint.

Al principio, había poco menos que collejas para conseguir un sitio decente en aquel mirador enano. Pero lo que pasa cuando llegas a las 4 y pico a un sitio desde el que tienes que ver el amanecer, es que cuando de verdad amanece casi a las 7, la mayoría de la gente ha desistido y está sentada en el suelo o en cualquier sitio.


Pero nosotros aguantamos ahí, a pie de cañón (nunca mejor dicho) aferrados a las barandillas casi a la pata coja y manteniendo la posición ante los demás chinos empujones.


Así que al llegar el amanecer, pudimos ver otra perspectiva del cráter del Monte Bromo diferente a la que había desde el hostal. Lástima que había bastante niebla y no se aprecia muy bien.


Casi 3 horas después (o más), volvimos al coche que dejamos subiendo la ladera, y allí seguía (¡pues sólo faltaría que se hubiese largado!). El siguiente objetivo era ir, ahora ya sí, a la base del Monte, en la caldera, para subir los tropecientos escalones que llevan a la boca del cráter.
Pero antes, otra paradita en un viewpoint más minoritario, y foto de grupo.


Y otro rato de laderas de asfalto (en estado lamentable) después, llegamos a la caldera. La vista era bastante espectacular. Y efectivamente, tenía un toque (bastante toque) de paisaje lunático lunar.


Se camina una media hora hasta lo que es la base del volcán en sí, y ahí empiezan los escalones. Un rato en plano y otro rato cuesta arriba sobre la ladera. Y ahí están nuevamente los locales, rodeados de caballos, para llevar a los guiris holgazanes y ávidos de gastar dólares. Pero esos no éramos nosotros.


En ese punto ya sólo quedaban unos 250 escalones. Pero ese tramo no se pudo hacer más pesado, y es que si en las escaleras solo cabe una persona en cada sentido, y la gente no hace más que pararse a sacar fotos...

Esta foto la saqué en movimiento, que conste!

Por cierto, mientras te acercas ya hueles esa peste al azufre que despide el volcán. Y cuando estás subiendo y llegas arriba y ves a los locales que viven allí, vendiendo chorraditas a los turistas... te imaginas los pocos años que podrán seguir vivos si siguen en ese ambiente.

Volviendo al tema de la caldera, es bastante espectacular (creo que no he usado antes esta palabra, ¿verdad?), pero juro que el olor no permite quedarse mucho tiempo mirando dentro; una toma de la cima, unas fotos de la caldera, y vuelta hacia abajo.







El camino de vuelta consistió en horas y horas de conversación con Arancha, Eugenia y Vicente en una especie de "furgoneta-cama" de camino a Surabaya, megalópolis sin casi ningún valor cultural, pero con aeropuerto.

Y esto fue todo. Un fin de semana diferente, no sólo por el frío en concreto, sino por todos los contenidos del viaje en general. Algo que, teniendo tiempo como he tenido yo, no se debe dejar pasar.

1 comentario :

  1. Qué interesante la crónica, un viaje muy completo con ruinas y trekking por parajes increíbles. Indonesia tiene tanto por ver...

    Saludos

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