Tres días después de que un doctor malayo me hiciese un ultimátum un tanto duro y me mandase a casa con 4 tipos de pastillas, una dieta "saboría" y cantidades ingentes de agua, el viernes 9 de abril volví al hospital: "Vamos a ver si hay suerte y me dan buenas noticias".
Lo cierto es que iba a ser complicado que hubiese buenas noticias porque yo seguía notando la piedrecilla ahí atrancada, un poco por debajo del riñón (porque cuando eres tan aprensivo como lo era yo, esas cosas se notan).
Unas 3 horas después de llegar al hospital y habiéndome hecho ya un escáner, el urólogo lo pincha en la pantalla esa que se ilumina y me confiesa "la piedra no se ha movido ni 1 cm, y como puedes ver, el uréter ya está algo afectado".
Mmmhh me temo que tiene razón. Lo estaba viendo con mis propios ojos.
Pero lo peor eran las consecuencias.